“Hundiéndonos
en el excremento del diablo” de Juan Pablo Pérez Alfonzo
Precisiones ineludibles
Carlos Mendoza Pottellá
CUBAGUA:
“…tiene en la punta del Oeste una fuente ó
manadero de un licor como aceyte junto á la mar en tanta manera abundante que
corre aquel betun ó licor por encima del agua de la mar haciendo señal mas de
dos y de tres leguas dela isla é aun dá olor de sí este aceyte Algunos de los
que lo han visto dicen ser llamado por los naturales stercus demonis é otros le
llaman petrolío é otros asphalto y los queste postrero dictado le dan es
queriendo decir ques este licor del género de aquel lago Aspháltide de quien en
conformidad muchos auctores escriben.” Sevilla, 1535.
Gonzalo
Fernández de Oviedo y Valdés, Historia
general y natural de las Indias, Volumen 1, pág. 593.
Aunque pueda parecer un
cambio de tema, ésta es una continuación de “Pescadores en río revuelto”, escrito publicado en Aporrea
recientemente, en el que abordábamos el
tema de las propuestas neoliberales que impulsan la privatización de PDVSA y el reparto anticipado entre los
venezolanos “vivos” del patrimonio de la Nación eterna.
Me refiero a un trabajo
en particular, surgido de la matriz CEDICE, en el cual su autora, Isabel
Pereira Pizani, se pregunta ¿Cuánto saben
los venezolanos de su industria petrolera? , y presenta un estudio
comparativo entre Noruega y Venezuela, cuyos planteamientos, muchos de ellos
acertados, están impregnados de neoliberalismo, pero merecen ser considerados
con seriedad.
Llamó mi atención el
título del primer capítulo de su trabajo: “En
Noruega el petróleo nunca será excremento del diablo”. Y de allí surge mi
impulso a hacer algunas precisiones históricas:
Juan Pablo Pérez
Alfonzo, como cualquier venezolano puede reconocer, fue un activo defensor del
interés nacional en materia petrolera y, como tal, atento investigador de
cuanto se produjera en esta materia. De manera particular, a principios de los años setenta llamó su
atención una obra de dos autores noruegos que analizaban el “Efecto Venezuela”, un país que llegó a
ser desde mediados de los años 20, hasta finales de los 50, el mayor exportador de petróleo y
que no pudo “sembrar” la riqueza recibida por la liquidación de su patrimonio
minero. Tanto hizo referencia a ese texto, que muchos compatriotas piensan que
Pérez Alfonzo es el autor de ese “efecto Venezuela” y sus hallazgos.
Empero, es necesario
recordar que, desde mayo de 1931, Alberto Adriani, nuestro primer economista,
en su artículo “La crisis, los cambios y
nosotros”[1],
analizaba lo sucedido en los diez años
anteriores con la riqueza producida por nuestro primer boom petrolero:
Durante los años de la prosperidad hubiéramos
podido descubrir en esa situación de apariencias tan favorables, ciertos
aspectos adversos. Los beneficios de la industria petrolera no podían ser los
que esperábamos. Es verdad que esta industria aumento el volumen de nuestra
producción y de nuestra exportación, acreció la productividad del trabajo
nacional y apresuró mejoras en nuestras comunicaciones con el exterior y en
nuestras facilidades para el comercio extranjero. Sin embargo, por su índole
y por la estructura particular que ofrece en Venezuela, esa industria es, desde
el punto de vista económico, una industria extranjera enclavada en nuestro
territorio, y el país no obtiene ventajas con las cuales podamos estar
jubilosos, por más que sean, en cierto sentido satisfactorias.
…
En lo que atañe al superávit de nuestra balanza de
pagos, cabe preguntarnos: ¿Se economizó? ¿Se convirtió en reserva del país?
¿Se convirtió en inversiones útiles, susceptibles de aumentar la productividad
del país? … en general puede afirmarse
que fue mucho mayor la parte que se empleó en consumo inmediato…
Muchos de los beneficiados por los años de
prosperidad y otros por seguir su ejemplo fueron los constructores de lujosas
mansiones, los pródigos viajeros de los viajes de placer, los consumidores de
automóviles, de victrolas, licores, sedas, prendas, perfumes y otros artículos
de lujo.
La creciente conciencia
de que ese no podría ser un destino socialmente aceptable para el ingreso
petrolero fue sintetizada 5 años después, por Arturo Uslar Pietri, compañero de
gabinete y recopilador de la obra de Adriani, en su reconocido editorial del
Diario “Ahora”: Sembrar el petróleo.
Esta consigna fue
asumida con diferentes énfasis y orientaciones por todos los gobiernos
subsiguientes y aún hoy sigue siendo proclamada como el camino hacia una
economía autosustentable y diversificada, post petrolera.
Pero ya en 1971, Pérez
Alfonzo, en abierta crítica a los infructuosos esfuerzos de todos los gobiernos
y sus políticas de industrialización, urbanización, sustitución de
importaciones y reforma agraria, hablaba de la “imposible siembra” y se
pronunciaba por la creación de fondos de ahorro que limitaran los efectos
perversos del aflujo torrencial de la renta petrolera.
Por su insistencia se
constituyó el FIV, Fondo de Inversiones de Venezuela, de corta vida, al
convertirse, como todos los fondos creado posteriormente, en una fuente para
multiplicar los gastos de consumo externo improductivo.
Los que si aprendieron del “efecto Venezuela” estudiado por ellos, fueron los noruegos,
quienes constituyeron, años después el “Fondo para las nuevas generaciones”, al
cual se destina el 96 por ciento del ingreso externo generado por su industria
petrolera, para impedir el “efecto Venezuela” o “enfermedad holandesa”, como
también se le conoce y descubrieron tardíamente, en los años 80, nuestros
economistas desconocedores de Adriani.
Y aquí retomamos el
debate original: el Fondo noruego para las nuevas generaciones no tiene nada
que ver con los fondos promovidos por CEDICE, para el reparto, entre los
venezolanos “vivos”, de los beneficios anuales de la industria petrolera.
Y la precisión
prometida: cuando Pérez Alfonzo tituló su obra “Hundiéndonos en el Excremento
del Diablo”, hacía referencia a la denominación “stercus demonis” registrada
por Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés en el Siglo XVI, y se refería, no al
petróleo en sí mismo, sino, justamente, a su imposible siembra mientras fuera
generadora de una simple economía de consumo, como la descrita por Adriani.
Excusándome por la
referencia personal, debo decir que esta última afirmación proviene de la
circunstancia de haber sido el editor de la primera y subsiguientes
publicaciones de esa obra. Discutiendo el título de esa colección de ruedas de
prensa y documentos presentados entre 1972 y 1976, se buscaba un símil del
nombre petróleo: mene, oro negro, etc. Alguien recordó al citado conquistador y
cronista de Indias, y ese fue el nombre escogido por el autor “stercus
demonis”.
CMP, Noviembre
2017
[1] Valecillos
y Bello, La Economía Contemporánea de
Venezuela. Alberto Adriani , La crisis,
los cambios y nosotros, Tomo I, págs. 21-42., Banco Central de Venezuela,
Colección Cincuentenaria, Caracas, 1990..
El país, nuestra amada Venezuela, hay que rescatarla. Y para no caer en una diatriba de antes o después, usted mismo lo escribió desde hace mucho tiempo se conoce que no sabemos manejar esa naturaleza que Dios nos regalo, el petróleo. Nuestros problemas tienen muchos años, la cuarta, la quinta y no sé cuantas otras, quizás no haya muchas más, la edad de piedra no se acabó por falta de piedras.
ResponderEliminarMi sana intención es ayudar a que el país cambien, no podemos seguir así, no quiero estar solamente tecleando. Hoy terminé de leer el libro de Isabel Allende: La Casa de los espiritus y me pregunte ahora que leo, busque en la pequeña biblioteca del patio de mi casa y tome uno de los libros, Rodolfo Quintero Antropología del petróleo. Creo que lo compre durante una visita a la capital y caminando por el centro me atreví y entre a la biblioteca o libreria que tiene el BCV por esos lados. Por eso le escribo y le comento: Debemos rescatar a Venezuela y leer a Alberto Adriani.
Buen día